jueves, 5 de febrero de 2009

Alcanzando el horizonte




"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió"
(Joaquín Sabina)


Acompañando: 3 Doors Down - Here Without You

Comenzó a pelar la manzana con su afilado cuchillo haciendo que la cáscara en forma de espiral cayera sobre el suelo del navío.

El barco se zarandeaba con cierta violencia por culpa de la tempestad que bullía afuera.

La capitana miraba fijamente su manzana mientras iba comiendo poco a poco los pedacitos cortados.

De repente comenzaron a brotarle un sinfín de lágrimas del rostro que poco después dieron lugar a la rabia contenida.

Golpeó fuertemente la mesa donde se encontraban los mapas que dibujaban todos los lugares descubiertos hasta el momento y del impacto el tintero derramó todo su contenido sobre uno de ellos. Abrió las ventanas de su camarote y lanzó la fruta al mar llena de ira.

Abrió la puerta con brusquedad y salió a cubierta para dirigir a sus hombres ante la llegada de la tormenta dejando que las lágrimas quedaran ocultas en sus entrañas.

Aquellos hombres oscuros y siniestros no eran más que un puñado de delincuentes, ladrones, hombres sin honor, que habían sido expulsados de tierra firme a causa de sus fechorías cometidas.

Sin embargo aquellos malhechores estaban dispuestos a dar su vida por su capitana si fuera necesario. Aquella hermosa muchacha despertaba en ellos una actitud paternalista y una necesidad de protección desconocida para ellos hasta entonces.

En las leyes de la piratería no se contemplaba la prohibición de que una mujer ostentara el cargo de capitán, sin embargo, es bien sabido que a cualquier hombre puede resultar una deshonra estar bajo el mando de una mujer.

Pero este no era el caso de la tripulación de “La Emperatriz Oscura”, la capitana era una mujer fuerte aunque diese la impresión de lo contrario, su aspecto de sirena, con su tez blanquecina que ayudaba a resaltar unos vivaces ojos aguamarina contradecían su fiereza, agilidad, tesón y lo más importante: no tenía miedo a nada.

Se había enfrentado a todos los almirantes y prefectos de toda Inglaterra ante la desesperación del gobernador, hacía contrabando con las Indias y vendía esclavos traídos del Nuevo Mundo o marineros capturados durante los asaltos a sus pobres embarcaciones.

Era firme y cruel en sus decisiones y no le temblaba la voz cuando ordenaba echar un hombre al mar por haber apostado dinero en las cartas o subido a alguna mujer de vida alegre disfrazada de hombre en cuyo caso habían sido ambos los que habían sido abandonados a su suerte en el mar.

Aprendió en las mejores escuelas de esgrima el manejo de la espada para lo cual se cortó el pelo y se vendó el pecho para evitar ser descubierta por sus compañeros y maestros. Su madre una mujer adinerada y de buena familia perdió la vida durante las nefastas epidemias de la peste que asolaron el país; su padre un lobo de mar la crió como a un chico, de ahí la aprobación de las clases de esgrima y su asombrosa puntería con todas las armas de fuego.

El gobernador acusó a su padre de pirata y lo encerró en los calabozos dejándole morir en vida.

Se apoyó sobre la barandilla situada en la proa del barco y observó la noche en calma que había quedado. La luna se reflejaba en el agua y la imagen plateada que devolvía era casi más brillante que la real, era como si un centenar de diamantes flotaran en el agua imitando la cara de la luna.

El mar mecía la nave e invitaba a entrar en el profundo sueño de Morfeo.

Se preguntó en ese instante como podía haber faltado a su propio código y llevar en su vientre el fruto de aquél error imperdonable.

Sheroldt era ni más ni menos que el padre del niño y el hijo del gobernador que provocó que su padre acabara sus últimos días de vejez en una prisión en condiciones insalubres.

Tiempo atrás en el asedio al buque insignia del gobernador cargado con una cantidad suculenta de lingotes de oro extraído de la recóndita selva de la recién conquistada Perú, la capitana estuvo a punto de perder la vida sino fuera porque su verdugo perdió la razón en ese instante por ella.

Se podían escuchar el sonido chirriante de las espadas al chocar, los cañones tronando y los gritos de dolor de los heridos, ella estaba atrapada sin salida entre la escalinata y el mástil mayor que había cedido ante los impactos de los cañones. Sentada en el suelo con la espalda apoyada en la puerta de la cocina del barco, no había ni un ápice de terror en aquellos ojos en los que podías hundirte y encontrar en ellos el mar, su piel aterciopelada con un suave rubor que cruzaba sus mejillas no se erizaba ante la llegada del fin y sus labios de rojo carmín entre mostraban una leve sonrisa de despedida. Sheroldt se desarmó y calló rendido ante sus pies.

-“Te he buscado toda mi vida y al fin te he encontrado”-, es lo único que alcanzó a decir antes de que ella le introdujera tras la puerta y se deslizaran por el suelo junto con los fogones borboteando y entonces la batalla y la cólera quedaron fuera de aquella instancia improvisada para los amantes.

Entre golpes y arañazos se perdieron en cada rincón del cuerpo del otro y se entregaron a la locura del amor. Cada caricia intempestiva, cada beso pasional era una experiencia nueva ante sus miradas cálidas y fogosas.

Así los encontraron desnudos bajo los cazos, las ollas, las verduras, hortalizas y demás menesteres exhaustos y temblorosos de fervor.

-“Disculpe señora capitana –digo su segundo de abordo- tenemos que marcharnos, antes de que den la voz de alarma y vengan más en su ayuda, ya tenemos lo que buscábamos”

-“¿Capitana?, ¡mi padre el gobernador ha puesto precio a tu cabeza!”- dijo Sheroldt frunciendo el ceño.

-“Gobernador… ¿eres el hijo del desalmado que destrozó la vida de mi padre y pretende la misma suerte con la mía?”-

Y entonces, sus miradas de fuego se tornaron en llamaradas de odio y venganza.

Aquella noche en la proa de “La Emperatriz Oscura” buscó la manera de matarle pero lo amaba demasiado como para llevarlo a cabo.

La idea de dejar el mar y comenzar una nueva vida, ver crecer a su hijo y enterrar los errores del pasado resultaba gratamente tentativa. Sin embargo en tierra tenia un precio y en cuanto la pisase tendría que vivir ocultándose y eso ya no resultaba tan llamativo, en el barco sus fieles hombres estaban contrariados ante el desliz pasional y el estado de su capitana y se estaban formando varios bandos a favor y en contra, en cualquier momento podían echársele encima y acabar siendo comida de tiburones.

Buscó la daga que escondía en su tobillera bajo las botas de piel y sin vacilar un instante se atravesó el estómago.

Un hilo de sangre descendió de sus rojos labios mientras que dos vidas se le escapaban por el vientre. Sin embargo, no tuvo miedo.







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3 comentarios:

  1. Que triste final, debería haber probado suerte en tierra. Tan valiente que había sido toda la vida y en el último momento...

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  2. Bienvenida al mundo bloguero, gracias por pasar a visitarme.

    Un abrazo.

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  3. Bella historia de piratas con un final de arakiri. Muy triste pero apasionado. Sigue así!

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